"Las Troyanas de Cacoyannis como recurso didáctico para la reflexión sobre la convivencia y la paz"
(publicado en Perspectiva Cep 2 (2000) 87 - 94)
Alejandro Valverde García
IES Juuan López Morillas. Jódar (Jaén)
allenvalgar@hotmail.com
Sin lugar a dudas, dentro de los temas transversales que se contemplan en la programación de nuestras asignaturas hay uno de especial envergadura dada su vital importancia para el correcto funcionamiento del centro y por la penosa pero innegable actualidad que tiene su desconocimiento e incluso su violación. Nos referimos a la educación para la paz, esto es, a la puesta en marcha de actividades que proporcionen mecanismos adecuados para una recta valoración de los derechos humanos y de los principios básicos de convivencia en las relaciones interpersonales, ardua tarea si somos sensibles ante la creciente deshumanización que está en el trasfondo de algunos planteamientos pedagógicos y que afecta a determinadas áreas del currículo escolar.
Insertada en la Programación de Griego presentamos a continuación una experiencia docente que facilita el estudio y la sensibilización ante los desastres y la inutilidad de toda guerra. Se trata de la proyección en el aula de la película Las Troyanas, adaptación del director griego Michael Cacoyannis de la obra homónima de Eurípides. A ésta le sigue un debate donde docentes y discentes exponen sus propias conclusiones personales.
Esta actividad requiere de una labor previa de documentación que permita abordar de forma provechosa el análisis de la película y de la tragedia que la inspira.
Lógicamente, atendiendo a la capacidad e interés del alumnado, nuestro trabajo se verá enriquecido con la traducción y comentario de distintos pasajes del texto griego original. Los enfoques pueden ser múltiples dependiendo de cuál sea la asignatura donde desarrollemos la actividad. Podemos insertarla en las Optativas de Griego y Literatura Universal de Bachillerato o en Cultura Clásica y Ética de 4º de ESO. De igual forma, puede incluirse en la programación de Inglés, dado que esta película no se ha comercializado en vídeo a nivel nacional y sólo se puede obtener en versión original con subtítulos en castellano emitida por La2.
Es amplia la filmografía de que disponemos sobre adaptaciones cinematográficas de tragedias griegas[1] y, repasándola, hay dos hechos que llaman a primera vista la atención. En primer lugar, que, salvo unas pocas excepciones[2], se ha llevado a la pantalla preferentemente obras de Eurípides. En segundo lugar, tres de estas películas tienen el sello personal de Michael Cacoyannis, director de fama mundial gracias a su Zorba el griego (1964).
La primera de estas tres adaptaciones de Eurípides fue Electra, rodada en Grecia el año 1962. De su calidad artística hablan por sí solos los galardones que obtuvo: Premio del Festival de Cannes a la mejor adaptación cinematográfica, Oso de Plata en el Festival de Berlín y Premio Fémina del de Bélgica, además de encontrarse entre las nominadas al Oscar como mejor película extranjera.
El papel protagonista de Electra recayó en una de las actrices predilectas de Cacoyannis, Irene Papas, quien consiguió con este trabajo su lanzamiento a la fama internacional y su consagración definitiva en el cine[3].
Fruto de esta colaboración entre director y actriz aparecerá en 1977 Ifigenia, que tomaba como modelo nuevamente una obra de Eurípides enlazada temáticamente con la primera. También con esta producción llegará a las puertas del Oscar de ese año en la misma categoría de mejor película de habla no inglesa.
Completando esta trilogía fílmica de temática troyana protagonizada por personajes femeninos, Cacoyannis dirigió en 1971 su personal adaptación de Las Troyanas sobre la traducción inglesa de la prestigiosa Edith Hamilton. El texto mantenía toda la fuerza y el patetismo de la obra de Eurípides y había sido previamente puesto en escena en Broadway en 1963. Cacoyannis saboreó las mieles del éxito con su versión teatral, gozando del aplauso unánime de público y crítica, y esperaba repetir adaptándola al cine.
Durante los siete años que duró la dictadura de los coroneles en Grecia (1967-1974) muchos intelectuales y artistas tuvieron que refugiarse en distintos países europeos y cada uno de ellos hizo manifiesta, de una u otra manera, su lucha por la libertad. Cacoyannis fue una de estas personalidades y su mayor aportación para esta causa fue precisamente Las Troyanas. Con él también tuvieron que huir de su país natal el compositor Mikis Theodorakis -a quien encargó la banda sonora de la película- y la propia Irene Papas -para la que había reservado el papel de la hermosa y cínica Helena-.
Como se puede deducir, el director no eligió esta obra de forma aleatoria sino que buscó en el repertorio clásico aquella obra que se ajustase mejor al tiempo y circunstancia que le tocaba vivir. Su preferencia por Eurípides frente a Esquilo o a Sófocles se debía a que se sentía más identificado con su estilo, más realista y familiar, y con su concepción estética[4].
No debemos olvidar que Eurípides, marcado por la terrible guerra civil entre atenienses y espartanos, no dudó en criticar la política de su tiempo. No se podía exigir responsabilidades de las matanzas al destino o a la voluntad de los dioses, sino a los mismos hombres, a sus pasiones desenfrenadas y a su afán de dominación.
Frente a la cruel política imperialista encabezada por sus conciudadanos atenienses, Eurípides se atrevió a representar en Las Troyanas todas las injusticias personalizadas en un grupo de mujeres que esperan saber cuál es el destino que les espera en suelo griego. Se verán obligadas a abandonar su patria para servir como esclavas para aquellos que han asesinado a sus maridos e hijos. Un episodio que tradicionalmente se celebraba como la gran victoria nacional, es decir, la famosa guerra de Troya, se convertía así en una vergonzosa e injusta actuación represiva sobre los vencidos.
Como era de esperar, esta obra fue relegada al tercer puesto en la competición dramática de ese año (415 a.JC.) y su autor no fue elogiado. Pero no era el único que hacía oír su voz en Atenas. También Aristófanes, con sus graciosas comedias de evasión, teñía de un pesimismo sutil los parlamentos de sus actores aprovechando cualquier ocasión para denunciar a personajes públicos que abusaban sin piedad de su autoridad y ofreciendo siempre ideas para la paz, aunque fueran tan utópicas y risibles como la huelga sexual de Lisístrata[5].
La tragedia, en opinión de Michael Cacoyannis, es siempre actual ya que penetra el alma del hombre de cualquier época expresando el eterno conflicto entre éste y sus demonios internos y externos. No hace falta que el espectador crea en mitos ni en divinidades. A través de los personajes dramáticos podrá descubrir la verdadera naturaleza de la condición humana[6].
Uno de los primeros problemas con los que se tuvo que enfrentar nuestro director a la hora de concebir la película fue quer Las Troyanas no poseía una intriga ni una acción semejantes a las de Electra, sino que, más bien, la obra se presentaba como una extensa elegía compuesta por la yuxtaposición de monólogos y escenas de diálogo[7] que corría el riesgo de convertirse en un monótono lamento[8]. Sin embargo, ya Eurípides había puesto en marcha todos los recursos dramáticos de que disponía para evitar esto a toda costa. Cacoyannis, por su parte, consigue crear un notable dinamismo en dos planos diferentes.
Es amplia la filmografía de que disponemos sobre adaptaciones cinematográficas de tragedias griegas[1] y, repasándola, hay dos hechos que llaman a primera vista la atención. En primer lugar, que, salvo unas pocas excepciones[2], se ha llevado a la pantalla preferentemente obras de Eurípides. En segundo lugar, tres de estas películas tienen el sello personal de Michael Cacoyannis, director de fama mundial gracias a su Zorba el griego (1964).
La primera de estas tres adaptaciones de Eurípides fue Electra, rodada en Grecia el año 1962. De su calidad artística hablan por sí solos los galardones que obtuvo: Premio del Festival de Cannes a la mejor adaptación cinematográfica, Oso de Plata en el Festival de Berlín y Premio Fémina del de Bélgica, además de encontrarse entre las nominadas al Oscar como mejor película extranjera.
El papel protagonista de Electra recayó en una de las actrices predilectas de Cacoyannis, Irene Papas, quien consiguió con este trabajo su lanzamiento a la fama internacional y su consagración definitiva en el cine[3].
Fruto de esta colaboración entre director y actriz aparecerá en 1977 Ifigenia, que tomaba como modelo nuevamente una obra de Eurípides enlazada temáticamente con la primera. También con esta producción llegará a las puertas del Oscar de ese año en la misma categoría de mejor película de habla no inglesa.
Completando esta trilogía fílmica de temática troyana protagonizada por personajes femeninos, Cacoyannis dirigió en 1971 su personal adaptación de Las Troyanas sobre la traducción inglesa de la prestigiosa Edith Hamilton. El texto mantenía toda la fuerza y el patetismo de la obra de Eurípides y había sido previamente puesto en escena en Broadway en 1963. Cacoyannis saboreó las mieles del éxito con su versión teatral, gozando del aplauso unánime de público y crítica, y esperaba repetir adaptándola al cine.
Durante los siete años que duró la dictadura de los coroneles en Grecia (1967-1974) muchos intelectuales y artistas tuvieron que refugiarse en distintos países europeos y cada uno de ellos hizo manifiesta, de una u otra manera, su lucha por la libertad. Cacoyannis fue una de estas personalidades y su mayor aportación para esta causa fue precisamente Las Troyanas. Con él también tuvieron que huir de su país natal el compositor Mikis Theodorakis -a quien encargó la banda sonora de la película- y la propia Irene Papas -para la que había reservado el papel de la hermosa y cínica Helena-.
Como se puede deducir, el director no eligió esta obra de forma aleatoria sino que buscó en el repertorio clásico aquella obra que se ajustase mejor al tiempo y circunstancia que le tocaba vivir. Su preferencia por Eurípides frente a Esquilo o a Sófocles se debía a que se sentía más identificado con su estilo, más realista y familiar, y con su concepción estética[4].
No debemos olvidar que Eurípides, marcado por la terrible guerra civil entre atenienses y espartanos, no dudó en criticar la política de su tiempo. No se podía exigir responsabilidades de las matanzas al destino o a la voluntad de los dioses, sino a los mismos hombres, a sus pasiones desenfrenadas y a su afán de dominación.
Frente a la cruel política imperialista encabezada por sus conciudadanos atenienses, Eurípides se atrevió a representar en Las Troyanas todas las injusticias personalizadas en un grupo de mujeres que esperan saber cuál es el destino que les espera en suelo griego. Se verán obligadas a abandonar su patria para servir como esclavas para aquellos que han asesinado a sus maridos e hijos. Un episodio que tradicionalmente se celebraba como la gran victoria nacional, es decir, la famosa guerra de Troya, se convertía así en una vergonzosa e injusta actuación represiva sobre los vencidos.
Como era de esperar, esta obra fue relegada al tercer puesto en la competición dramática de ese año (415 a.JC.) y su autor no fue elogiado. Pero no era el único que hacía oír su voz en Atenas. También Aristófanes, con sus graciosas comedias de evasión, teñía de un pesimismo sutil los parlamentos de sus actores aprovechando cualquier ocasión para denunciar a personajes públicos que abusaban sin piedad de su autoridad y ofreciendo siempre ideas para la paz, aunque fueran tan utópicas y risibles como la huelga sexual de Lisístrata[5].
La tragedia, en opinión de Michael Cacoyannis, es siempre actual ya que penetra el alma del hombre de cualquier época expresando el eterno conflicto entre éste y sus demonios internos y externos. No hace falta que el espectador crea en mitos ni en divinidades. A través de los personajes dramáticos podrá descubrir la verdadera naturaleza de la condición humana[6].
Uno de los primeros problemas con los que se tuvo que enfrentar nuestro director a la hora de concebir la película fue quer Las Troyanas no poseía una intriga ni una acción semejantes a las de Electra, sino que, más bien, la obra se presentaba como una extensa elegía compuesta por la yuxtaposición de monólogos y escenas de diálogo[7] que corría el riesgo de convertirse en un monótono lamento[8]. Sin embargo, ya Eurípides había puesto en marcha todos los recursos dramáticos de que disponía para evitar esto a toda costa. Cacoyannis, por su parte, consigue crear un notable dinamismo en dos planos diferentes.
De una parte encontramos un dinamismo interior presente en el texto original. Así, fiel a la composición sinfónica del drama euripideo, las escenas van presentándonos, in crescendo, un progresivo mal que comienza en desesperanza para llegar finalmente al horror y la ferocidad más inhumana. Además, el anuncio adelantado de las muertes que más tarde tendrán lugar aumenta la sensación de suspense. Tal es la función que tienen los repetidos avisos velados dados a la reina sobre el funesto destino de su hija Políxena.
El clímax se alcanza indudablemente en el enfrentamiento de la reina Hécuba con Helena, causante de todas las desgracias de los troyanos, siendo el culmen de los dolores el lamento de la primera ante el cadáver de su nieto Astianacte, que ha sido arrojado desde las murallas de la ciudad para asegurar a los griegos que su descendencia no continuará.
Cacoyannis no concibe la declamación de forma mesurada o contenida como podía verse en Electra. Antes bien, se da vía libre a todo tipo de gritos, lamentos y clamores desgarradores capaces de ensordecer las profundidades del alma[9]. Algunos críticos cinematográficos siguen empeñados en interpretar esto como defectos de sobreinterpretación, especialmente en el caso de la composición de Katharine Hepburn como Hécuba y de Vanessa Redgrave como Andrómaca[10]. No obstante, es evidente que lo mejor de la película es precisamente el trabajo de un brillante y excepcional plantel de actores, donde cabe alabar los distintos registros de Geneviève Bujold en el papel de la contradictoria profetisa Casandra, la sensualidad y temperamento de Irene Papas -premiada por la National Board of Review norteamericana como mejor actriz del año por esta interpretación- y la creación de Brian Blessed de Taltibio, el entrañable mensajero que se debate entre la lealtad al ejército griego y la humanidad hacia el coro de las mujeres.
La segunda forma de dinamismo que consigue Cacoyannis tiene que ver básicamente cepto estético de la filmación. Para recrear el ambiente que necesitaba localizó los exteriores en nuestro país, concretamente en un árido y desolador paraje de Atienza, Guadalajara. A pesar de contar con un presupuesto holgado, llama la atención lo austero y naturalista de la producción, con una esquematización absoluta en decorados y vestuario. Con este telón de fondo y sin forzar jamás la expresión trágica, el director filma las escenas libremente para dar un cuerpo cinematográfico a la obra teatral.
Los movimientos vertiginosos de la cámara siguiendo a Casandra dentro de la gruta, antorcha en mano, entonando el frenético himeneo o la escena del baño de Helena ante un enfurecido grupo de troyanas que no dudan en apedrearla son buena muestra de este dinamismo externo[11]. Cacoyannis tiene en cuenta incluso la versión tradicional a la hora de presentar a Helena desnuda. No se trata de una invención o de un capricho, ya que, si bien Eurípides no hace referencia a este detalle, se contaba que Menelao al ver el seno desnudo de su esposa había arrojado al suelo la espada deponiendo su cólera[12].
Hay por último dos detalles que estructuran también la narración cinematográfica y que actúan de hilo conductor. En primer lugar está el personaje de Hécuba, presente a lo largo del film. La escena inicial y final con la reina postrada rostro en tierra da la sensación de una composición en anillo perfectamente cerrada. En segundo lugar contamos con las intervenciones del coro de troyanas, con alternancia consecutiva de primeros planos y planos en detalle, que sirven de nexo entre los distintos episodios tal y como Eurípides los había concebido[13].
Analizando la película y comparándola con su modelo teatral vemos el inmenso respeto en lo referente a su estructura formal, aunque con ciertas libertades. El prólogo dramático original, por ejemplo, consistía en un diálogo entre Atenea y Poseidón, pero Cacoyannis, a fin de evitar referencias innecesarias de tipo sobrenatural o divino, lo sustituye por una sucesión de planos sobre la destrucción de Troya que, una vez paralizados en blanco y negro, son comentados por una voz masculina en off. Así la función del prólogo no se pierde ya que se logra poner en antecedentes a los espectadores para que puedan calibrar la magnitud de la violencia griega en suelo extranjero. De hecho, la cámara nos conduce hacia las mujeres y los niños, indefensos frente a la brutalidad del ejército aqueo.
A partir de ese momento el escenario va a ser el mismo hasta el final: un terreno abrupto y desolador con algunas ruinas dispersas aún humeantes de las que empiezan a surgir siluetas femeninas vestidas de negro. Es el coro de mujeres troyanas que, presente a lo largo de toda la película, lamenta las desgracias propias y las de su reina. De este modo, tras la monodia inicial de Hécuba, la esposa del rey Príamo, asistimos a la entrada (párodos) de los dos semicoros que entablarán con ella un diálogo.
Aquí es especialmente notable la dificultad para el registro trágico de Katharine Hepburn, quien salió airosa del trance pero no volverá a repetir con papeles semejantes. En repetidas ocasiones manifestó a los periodistas que el estilo austero de Cacoyannis y su forma de entender algunas escenas no le convencían y había discrepancias durante el rodaje. Por esta razón no se encontraba cómoda y le desesperaba especialmente la cadencia y el quietismo de su personaje, de una pasividad y resignación a la que no estaba acostumbrada.
El primer episodio consta de dos partes bien diferenciadas. La primera es un diálogo epirremático entre Hécuba y el mensajero de los griegos, mientras que la segunda se centra en Casandra, hija de la reina, que aparece corriendo enloquecidamente por la gruta mientras entona un atípico canto de bodas. La maldición de Apolo que recae sobre ella hace que nadie crea en sus profecías, razón por la que su madre la trata como si de una demente se tratase. El personaje de Casandra permite a Geneviève Bujold llenar de matices y tonos opuestos su actuación, cambiando constantemente de registro de forma que pasa radicalmente del trance místico a la serenidad y de la exaltación frenética al enmudecimiento final. La escena termina con un triste canto procesional que Mikis Theodorakis pone en boca del coro de las troyanas y con la recitación también coral de un estásimo en el que se hace referencia al famoso caballo de madera. Ambos elementos nos trasladan inmediatamente a la concepción original de la tragedia griega, en cuya representación la música y el canto coral jugaban un papel esencial.
En el segundo episodio vemos a Andrómaca con su pequeño hijo Astianacte -interpretado por el español Alberto Sanz- montados en un carro junto a las armas del fallecido Héctor, hijo también de Hécuba. Andrómaca, de su fiel esposa, ha pasado a ser una joven viuda resignada con su destino. Como si el cinismo no tuviera límites es ahora destinada como esclava para atender, lecho incluido, a Neoptólemo, el hijo de Aquiles, quien había asesinado a su marido. Pero lo realmente inhumano es que los generales griegos han decidido que también su pequeño debe morir. Taltibio, el heraldo, no sabe como comunicárselo y tiene que decírselo a gritos para contener su propia indignación, su impotencia contenida y puede que hasta sus lágrimas[14]. Con una puesta en escena marcadamente teatral contemplamos primero una reacción de histeria colectiva que da paso, a continuación, a una callada aceptación de la crueldad inevitable. Vanessa Redgrave, cuya interpretación no resulta en líneas generales demasiado convincente, protagoniza en ese momento una de las escenas más emotivas del film cuando se despide de Astianacte.
El tercer episodio se abre con Menelao y sus soldados que acuden a caballo al campamento troyano para sofocar violentamente la revuelta de las mujeres. Éstas, llevadas de su incontrolable odio hacia Helena, piden a gritos su muerte. Aquí la tensión dramática se reparte entre Irene Papas, como la infiel y dominadora esposa de Menelao, y Katharine Hepburn, mientras que Patrick Magee compone con acierto al pusilánime y débil general griego que se debate silenciosamente entre creer y perdonar a su mujer o hacer caso a la reina y a las demás troyanas.
Vincent Canby, un prestigioso reportero del New York Times, destacó en su día que la Hepburn daba lo mejor de sí misma en este momento de clímax puesto que tenía enfrente a una antagonista de su altura. A pesar de los diferentes estilos interpretativos de estas dos grandes actrices, Cacoyannis logró conciliarlos y sacarles partido creando así un choque de poderosa oposición que llena la pantalla de forma desbordante cuando ambas, cara a cara, cruzan sus miradas.
Salta a la vista también el cuidado puesto en el vestuario, obra de Annalisa Rocca, que realza el juego antagónico. Las troyanas, con la reina a la cabeza, llevan mantos oscuros y sucios. Sus cabellos, cortados en señal de duelo, están normalmente cubiertos. Helena, sin embargo, aparece enjoyada y con un vestido blanco de pronunciado escote que le deja la espalda al aire. El pelo lo lleva recogido, pero cuando finge el intento de suicidio éste se suelta y da paso a una larga y oscura melena que añade un toque de sensualidad.
Para Michael Cacoyannis Helena no es más que el pretexto fácil que los griegos se han buscado para hacerse con el oro de Troya. Así lo expone en tres escenas diferentes del largometraje. Pero las causas de la guerra resultan superfluas a estas alturas. Lo realmente importante es que quede patente la condena radical a toda intervención militar contra los estratos sociales más indefensos, como en este caso las mujeres y los niños. Menelao con su cobardía representa la vergonzosa debilidad de los vencedores, mientras que Hécuba hace frente con entereza y nobleza a la condena de exilio y esclavitud que pesa sobre su cabeza.
La última parte de la película contiene un broche final magnífico. Se trata del treno que Hécuba entona ante el cuerpo ya sin vida de su nieto Astianacte, que ha sido despeñado desde lo alto de las murallas en cumplimiento de la orden dada por el ejército aqueo. El lamento se subraya con un canto coral donde descubrimos la voz inconfundible de Maria Farantouri, cantante a la que Theodorakis consideraba ideal para interpretar sus temas más desgarradores.
Tras las honras fúnebres Taltibio impide que la reina ponga fin a su vida arrojándose a las llamas y en la escena final asistimos al silencioso éxodo de las troyanas con la mirada perdida en el vacío caminando con paso firme hacia las naves griegas mientras empieza a oírse una melodía atonal, acorde con el desconsuelo reinante en la escena, que da paso a los títulos de crédito.
La reflexión última nos conduce inevitablemente a plantearnos si tanto dolor es necesario. Si abrimos un turno de debate y oímos las distintas conclusiones personales, además de enriquecernos podremos comprobar que la proyección de Las Troyanas no nos ha dejado indiferentes. Su mensaje antibelicista está presente en cada uno de los elementos que configuran el film, ya sea en la interpretación de los diferentes personajes, con su riqueza de matices, en la escenografía o en la música.
Si es real el poder purificador del alma que Aristóteles reconocía en las antiguas tragedias griegas, nuestra reflexión dará un paso adelante promoviendo en nosotros valores y hábitos que favorezcan la armonía y la paz tanto a nivel personal como social.
[1]VALVERDEE GARCÍA, Alejandro, "Filmografía sobre la Grecia Antigua y la trasposición de tragedias y mitos griegos a la actualidad", Thamyris 1 (1997) 6-11. Artículo disponible a través de Internet (www.thamyris.uma.es).
[2]De Sófoccles cabe resaltar las adaptaciones de Antígona (Antígona, 1961, Yorgos Tzavellas) y Edipo rey (Edipo, el hijo de la fortuna, 1967, Pier Paolo Pasolini).
[3]VALVERDEE GARCÍA, Alejandro, "La Literatura Griega con Irene Papas", Andalucía Educativa (en espera de publicación).
[4]GOUDELISS, Tassos, "Drame Antique et cinema grec", en DEMÓPOULOS, Michel, Le Cinema Grec (Centro Georges Pompidou, 1995, Paris), 84.
[5]VALVERDEE GARCÍA, Alejandro, "Propuestas de paz en la Grecia Antigua", Thamyris 3 (1999)9. Artículo disponible a través de Internet (www.thamyris.uma.es).
[6]CACOYANNNIS, Michael, In to Vima, 14-I-1979.
[7]GOUDELISS,T., art.c. 150.
[8]MELERO BBELLIDO, Antonio. Eurípides. Cuatro tragedias y un drama satírico (Akal, 1990, Madrid) 101.
[9]GOUDELISS, T., art. c. 151.
[10]DE ESPAÑÑA, Rafael, El peplum. La Antigüedad en el cine (Biblioteca Dr. Vértigo, Ed. Glénat, 1998, Barcelona) 412.
[11]GOUDELISS, T., art. c. 150.
[12]MELERO BBELLIDO, A., o. c. 102.
[13]NAVARRO,, José Luis. Eurípides. Las Troyanas (Ediciones Clásicas, 1996, Madrid) 10.
[14]GOUDELISS,T. art. c. 151.
No hay comentarios:
Publicar un comentario