“A ELECTRA LE SIENTA BIEN EL CINE:
UN ACERCAMIENTO A LA TRAGEDIA GRIEGA SIN SALIR DEL AULA” (Publicado en Capsa 2 (2001) 81 - 96)
Alejandro Valverde García
IES Juan López Morillas. Jódar (Jaén)
allenvalgar@hotmail.com
Desde hace algunos años se han multiplicado los esfuerzos para diseñar un acercamiento a la cultura clásica a través de los medios audiovisuales, y, dentro de éstos, de forma especial a través del cine. Así, prestigiosas universidades norteamericanas han empezado a publicar en sus revistas de Filología diversos artículos que tratan la mitología grecolatina partiendo de películas de distintos géneros y épocas, o bien que entresacan escenas, frases famosas y mil y un detalles de la Antigüedad presentes en los films estrenados hasta la fecha.
UN ACERCAMIENTO A LA TRAGEDIA GRIEGA SIN SALIR DEL AULA” (Publicado en Capsa 2 (2001) 81 - 96)
Alejandro Valverde García
IES Juan López Morillas. Jódar (Jaén)
allenvalgar@hotmail.com
Desde hace algunos años se han multiplicado los esfuerzos para diseñar un acercamiento a la cultura clásica a través de los medios audiovisuales, y, dentro de éstos, de forma especial a través del cine. Así, prestigiosas universidades norteamericanas han empezado a publicar en sus revistas de Filología diversos artículos que tratan la mitología grecolatina partiendo de películas de distintos géneros y épocas, o bien que entresacan escenas, frases famosas y mil y un detalles de la Antigüedad presentes en los films estrenados hasta la fecha.
En nuestro panorama editorial los dos libros esenciales para la aplicación didáctica del cine de romanos y griegos se deben a Fernando Lillo Redonet, y también Rafael De España publicó hace dos años El Peplum: la Antigüedad en el cine, un libro que es ya de consulta obligada para todo aquel cinéfilo y amante del Mundo Antiguo que se precie.
Muchos docentes hemos venido constatando el reiterado buen resultado de la visualización de películas de tema clásico por parte de nuestros alumnos y su posterior debate, no sólo en lo que a conocimientos y motivación se refiere –que ya es mucho conseguir-, sino también por el aumento notable de su capacidad de síntesis y de expresión de sus propias ideas.
En lo que toca al teatro no cabe duda de que la experiencia más fructífera consiste en poder acudir a una representación, y mucho mejor si ésta tiene lugar en el incomparable marco de un recinto arqueológico griego o romano. Son dignos de elogio los esfuerzos de distintos organismos e instituciones para potenciar cada vez más este tipo de actividades dirigidas especialmente a escolares, sin embargo lo que ocurre normalmente es que un centro no puede organizar más que un viaje cada año para asistir a estos festivales. Lo que sí está al alcance de nuestras manos es conseguir una buena selección de adaptaciones cinematográficas de obras teatrales e incorporarla al currículo de nuestra asignatura.
Las opciones son muy variadas. Un ciclo de cine programado por las tardes sería lo ideal, pero muchas veces se queda en pura utopía o termina con unos índices de audiencia cercanos al cuarteto, de forma que la solución más factible y práctica es proyectar los films seleccionados en el horario lectivo, no por ello reduciendo los contenidos de la unidad didáctica donde se inserten.
Las opciones son muy variadas. Un ciclo de cine programado por las tardes sería lo ideal, pero muchas veces se queda en pura utopía o termina con unos índices de audiencia cercanos al cuarteto, de forma que la solución más factible y práctica es proyectar los films seleccionados en el horario lectivo, no por ello reduciendo los contenidos de la unidad didáctica donde se inserten.
A la proyección de cada película puede preceder una introducción a cargo del profesor. Resulta útil repartir a cada alumno una fotocopia que contenga la ficha técnica, un guión de trabajo (a fin de que, desde el primer momento se tenga clara la metodología que se va a seguir) y propuestas de actividades que posteriormente realizarán de forma individual o por grupos con portavoces. Todo este trabajo en el que los alumnos se ven implicados y estimulados debe orientarlo el profesor atendiendo a los aspectos que de cada película quiera aprovechar.
Nos proponemos ahora, en primer lugar, recordar rápidamente algunas imágenes para ver qué es lo que nos ha transmitido el cine sobre Literatura Griega y, en segundo lugar, centrarnos en el caso concreto de la Electra de Eurípides adaptada al cine en 1962 por Michael Cacoyannis.
La Literatura Griega en el cine
Las clases de Griego, según nos cuenta Federico Fellini en Amarcord (1974), no gustaban más que al propio profesor, y eso que quedan patentes sus titánicos esfuerzos por llevar a la práctica una buena adaptación curricular.
Pero no todo es tan negativo. Curiosamente, aunque son mucho más numerosas las películas históricas y de aventuras de romanos que las de griegos, en lo que atañe a mitología y a literatura hay muchos más ejemplos inspirados en la tradición helénica. Uno de los temas más recurrentes en el cine ha sido el de las peripecias de Ulises y el de la caída de Troya, si bien es verdad que pocas veces se trata de adaptaciones fieles de la Odisea o de la Ilíada de Homero. Ante nuestros ojos nace la literatura occidental en la figura de un aedo anciano y ciego que, con acompañamiento musical, recita en el palacio de Ítaca un poema épico. Algunos siglos más tarde estas composiciones de marcado carácter oral se fijarán por escrito para evitar su degeneración y su pérdida.
En cuanto a la poesía épica de época helenística contamos con una de las más brillantes películas de tema mitológico inspirada en Las Argonáuticas de Apolonio de Rodas. Don Chaffey rodó Jasón y los argonautas (1963) en pleno declive del género que los críticos franceses bautizaron como peplum, y aunque está también lejos de ser copia fiel de su original –cosa que los guionistas ni se llegaron a plantear- tiene el poder de captar la atención del espectador constantemente gracias al derroche de imaginación del mago de los efectos especiales del momento, Ray Harryhausen.
Hesíodo, por su parte, no tiene tanta suerte en el celuloide. Ni sus hexámetros de tono didáctico ni sus largas genealogías divinas se prestan al lenguaje cinematográfico. Pero siempre hay excepciones: en 1997 Manoel de Oliveira decide que en su película Inquietud la actriz griega Irene Papas recite los versos 116 y siguientes de la Teogonía nada menos que en su versión original.
De Poesía Lírica no encontraremos, lógicamente, más que algunas referencias aisladas. Así, en la secuencia inicial de La batalla de Maratón (1959, Jacques Tourneur) vemos una recreación de los Juegos Olímpicos, en cuyo seno nacen, por ejemplo, los epinicios de Píndaro. Y si de epigramas se trata podemos incluso traducir el de Semónides que aparece en El león de Esparta (1962, Rudolph Maté), la mejor película de tema histórico sobre Grecia.
No cabe duda de que es el género dramático el que con más facilidad se ha llevado a la pantalla. La razón es obvia si tenemos en cuenta que este tipo de composiciones literarias se concibieron para la representación por parte tanto de los actores como del coro, cuyas intervenciones cantadas, separando las partes recitadas, son fundamentales en el esquema de cualquier obra. El gran maestro en este campo es el director griego Michael Cacoyannis, quien ha cosechado desde los años 60 innumerables éxitos por todo el mundo con sus montajes teatrales de las grandes tragedias griegas antiguas, atreviéndose a adaptarlas con igual fortuna al cine, a la ópera y al ballet. El trío Hécuba–Helena–Menelao en el clímax de Las troyanas (1971) es un buen ejemplo de la inmortalidad del teatro antiguo en nuestros días.
Nos proponemos ahora, en primer lugar, recordar rápidamente algunas imágenes para ver qué es lo que nos ha transmitido el cine sobre Literatura Griega y, en segundo lugar, centrarnos en el caso concreto de la Electra de Eurípides adaptada al cine en 1962 por Michael Cacoyannis.
La Literatura Griega en el cine
Las clases de Griego, según nos cuenta Federico Fellini en Amarcord (1974), no gustaban más que al propio profesor, y eso que quedan patentes sus titánicos esfuerzos por llevar a la práctica una buena adaptación curricular.
Pero no todo es tan negativo. Curiosamente, aunque son mucho más numerosas las películas históricas y de aventuras de romanos que las de griegos, en lo que atañe a mitología y a literatura hay muchos más ejemplos inspirados en la tradición helénica. Uno de los temas más recurrentes en el cine ha sido el de las peripecias de Ulises y el de la caída de Troya, si bien es verdad que pocas veces se trata de adaptaciones fieles de la Odisea o de la Ilíada de Homero. Ante nuestros ojos nace la literatura occidental en la figura de un aedo anciano y ciego que, con acompañamiento musical, recita en el palacio de Ítaca un poema épico. Algunos siglos más tarde estas composiciones de marcado carácter oral se fijarán por escrito para evitar su degeneración y su pérdida.
En cuanto a la poesía épica de época helenística contamos con una de las más brillantes películas de tema mitológico inspirada en Las Argonáuticas de Apolonio de Rodas. Don Chaffey rodó Jasón y los argonautas (1963) en pleno declive del género que los críticos franceses bautizaron como peplum, y aunque está también lejos de ser copia fiel de su original –cosa que los guionistas ni se llegaron a plantear- tiene el poder de captar la atención del espectador constantemente gracias al derroche de imaginación del mago de los efectos especiales del momento, Ray Harryhausen.
Hesíodo, por su parte, no tiene tanta suerte en el celuloide. Ni sus hexámetros de tono didáctico ni sus largas genealogías divinas se prestan al lenguaje cinematográfico. Pero siempre hay excepciones: en 1997 Manoel de Oliveira decide que en su película Inquietud la actriz griega Irene Papas recite los versos 116 y siguientes de la Teogonía nada menos que en su versión original.
De Poesía Lírica no encontraremos, lógicamente, más que algunas referencias aisladas. Así, en la secuencia inicial de La batalla de Maratón (1959, Jacques Tourneur) vemos una recreación de los Juegos Olímpicos, en cuyo seno nacen, por ejemplo, los epinicios de Píndaro. Y si de epigramas se trata podemos incluso traducir el de Semónides que aparece en El león de Esparta (1962, Rudolph Maté), la mejor película de tema histórico sobre Grecia.
No cabe duda de que es el género dramático el que con más facilidad se ha llevado a la pantalla. La razón es obvia si tenemos en cuenta que este tipo de composiciones literarias se concibieron para la representación por parte tanto de los actores como del coro, cuyas intervenciones cantadas, separando las partes recitadas, son fundamentales en el esquema de cualquier obra. El gran maestro en este campo es el director griego Michael Cacoyannis, quien ha cosechado desde los años 60 innumerables éxitos por todo el mundo con sus montajes teatrales de las grandes tragedias griegas antiguas, atreviéndose a adaptarlas con igual fortuna al cine, a la ópera y al ballet. El trío Hécuba–Helena–Menelao en el clímax de Las troyanas (1971) es un buen ejemplo de la inmortalidad del teatro antiguo en nuestros días.
La comedia griega, a pesar de las adaptaciones de la Lisístrata o de Los Acarnienses de Aristófanes, no cuenta con buenas versiones cinematográficas. Woody Allen en Poderosa Afrodita (1995) lo que hace es inventarse una especie de drama satírico al mezclar el tono trágico de los personajes de Edipo rey con los comentarios siempre ácidos y burlones del coro y del corifeo. La película fundamental para entender la esencia de la comedia grecolatina sigue siendo, por tanto, el gran musical Golfus de Roma (1966), rodado por Richard Lester en las afueras de Madrid aprovechando los decorados de La caída del imperio romano.
Si dejamos a un lado la poesía nos encontraremos muy pocos films que nos transmitan el inmenso legado literario helénico en géneros como la historiografía, la filosofía, la novela o la oratoria. En Alejandro Magno (1956, Robert Rossen) se nos presenta a Demóstenes y a Esquines enzarzados en filípica discusión, y a Sócrates lo podemos ver en dos telefilms rodados uno en 1970 por Roberto Rossellini y el otro en 1988 por Marco Ferreri. La escasa difusión de estos caprichos de autor hace que sean difíciles de localizar. Sin embargo merece la pena el estudio comparativo de estas producciones y de sus modelos literarios correspondientes para valorar el grado de fidelidad al texto original, en este caso el diálogo platónico. Por último, la visión que nos ofrece Robert Rossen de Aristóteles como preceptor de Alejandro Magno en la película antes mencionada está llena de tópicos y no aporta gran cosa.
Los grandes problemas de la transmisión textual pueden ilustrarse con la escena del incendio de la Biblioteca de Alejandría que nos presenta Joseph L. Mankiewicz en Cleopatra (1963), que nos puede hacer reflexionar sobre la inutilidad de las guerras y sobre la irreparable pérdida de gran parte de la labor filológica de época helenística. Y en El nombre de la rosa (1986, Jean-Jacques Annaud) veremos con todo lujo de detalles el trabajo de los copistas monacales y las atrocidades de la censura por parte de la Inquisición en época medieval.
La Electra de Cacoyannis
Pasemos ahora a tratar una de las mejores adaptaciones que el cine ha podido ofrecer sobre una tragedia griega: la Electra de Cacoyannis.
En 1961 el director griego Yorgos Tzavellas estrena su personal adaptación cinematográfica de la tragedia de Sófocles Antígona, protagonizada por Manos Katrakis y por Irene Papas, una actriz conocida ya en Hollywood pero cuyo salto a la fama internacional estaba por llegar.
Si dejamos a un lado la poesía nos encontraremos muy pocos films que nos transmitan el inmenso legado literario helénico en géneros como la historiografía, la filosofía, la novela o la oratoria. En Alejandro Magno (1956, Robert Rossen) se nos presenta a Demóstenes y a Esquines enzarzados en filípica discusión, y a Sócrates lo podemos ver en dos telefilms rodados uno en 1970 por Roberto Rossellini y el otro en 1988 por Marco Ferreri. La escasa difusión de estos caprichos de autor hace que sean difíciles de localizar. Sin embargo merece la pena el estudio comparativo de estas producciones y de sus modelos literarios correspondientes para valorar el grado de fidelidad al texto original, en este caso el diálogo platónico. Por último, la visión que nos ofrece Robert Rossen de Aristóteles como preceptor de Alejandro Magno en la película antes mencionada está llena de tópicos y no aporta gran cosa.
Los grandes problemas de la transmisión textual pueden ilustrarse con la escena del incendio de la Biblioteca de Alejandría que nos presenta Joseph L. Mankiewicz en Cleopatra (1963), que nos puede hacer reflexionar sobre la inutilidad de las guerras y sobre la irreparable pérdida de gran parte de la labor filológica de época helenística. Y en El nombre de la rosa (1986, Jean-Jacques Annaud) veremos con todo lujo de detalles el trabajo de los copistas monacales y las atrocidades de la censura por parte de la Inquisición en época medieval.
La Electra de Cacoyannis
Pasemos ahora a tratar una de las mejores adaptaciones que el cine ha podido ofrecer sobre una tragedia griega: la Electra de Cacoyannis.
En 1961 el director griego Yorgos Tzavellas estrena su personal adaptación cinematográfica de la tragedia de Sófocles Antígona, protagonizada por Manos Katrakis y por Irene Papas, una actriz conocida ya en Hollywood pero cuyo salto a la fama internacional estaba por llegar.
Animado por el éxito de esta película, otro director griego, Michael Cacoyannis decide adaptar la Electra de Eurípides al año siguiente, contando con Irene Papas para el papel protagonista. El aplauso unánime de crítica y público fue inmediato y la consagración de la actriz como la gran dama del teatro trágico se convirtió en realidad.
La fórmula del éxito de Cacoyannis reside fundamentalmente en su inmejorable equipo de trabajo. La música de Theodorakis, la presencia de la Papas, la cámara de Antonakis y la fotografía de Lassally volverán a reunirse en 1964 para la creación de Zorba el griego, film basado en la novela de Nikos Katzanzakis y ganadora de tres Oscar. Por otro lado, su gran empeño por acercar las tragedias griegas antiguas al público de su tiempo le lleva a completar su trilogía de Eurípides con otras dos adaptaciones, Las troyanas (1971) e Ifigenia (1977).
El mito de Electra es quizá el que se ha llevado al cine en más ocasiones. Baste citar, entre sus mejores adaptaciones, Elektra (1910, John Stuart Blackton), A Electra le sienta bien el luto, (1947, Dudley Nichols) o Sandra (1965, Luchino Visconti).
En cuanto a los tres grandes autores trágicos griegos de la Antigüedad, es Eurípides la fuente habitual de inspiración para los cineastas. A todas las películas ya mencionadas cabe añadir dos versiones de la tragedia de Medea: la de Pier Paolo Pasolini (1969) y Gritos de pasión (1978, Jules Dassin). En segundo lugar encontramos adaptaciones de obras de Sófocles como la Antígona antes citada o dos films sobre Edipo que se rodaron en 1967: Edipo, el hijo de la fortuna, de Pasolini y Oedipus the King de Philip Saville.
Centrándonos en el estudio de la adaptación de Cacoyannis, son varios los aspectos que podemos destacar. Así, de entre los personajes, el de Electra es lógicamente el más rico en matices. Hay en ella una dualidad insostenible: por un lado, el odio que siente hacia su madre le hace ser fría en su relación con los demás personajes y planear su venganza convenciendo a su hermano, pero, por otro lado, se vislumbra el arrepentimiento antes y después de dar muerte a su madre. Su dolor e infelicidad, provocados aparentemente por la actitud siempre injusta y caprichosa de Clitemnestra provoca en el espectador la compasión y hasta la justificación del crimen, más aún cuando todos los personajes parecen aplaudir esta determinación, pero el vacío que experimenta al final muestra claramente que su sufrimiento no se ha aplacado, ni mucho menos, con la venganza.
Centrándonos en el estudio de la adaptación de Cacoyannis, son varios los aspectos que podemos destacar. Así, de entre los personajes, el de Electra es lógicamente el más rico en matices. Hay en ella una dualidad insostenible: por un lado, el odio que siente hacia su madre le hace ser fría en su relación con los demás personajes y planear su venganza convenciendo a su hermano, pero, por otro lado, se vislumbra el arrepentimiento antes y después de dar muerte a su madre. Su dolor e infelicidad, provocados aparentemente por la actitud siempre injusta y caprichosa de Clitemnestra provoca en el espectador la compasión y hasta la justificación del crimen, más aún cuando todos los personajes parecen aplaudir esta determinación, pero el vacío que experimenta al final muestra claramente que su sufrimiento no se ha aplacado, ni mucho menos, con la venganza.
Orestes, un carácter bien perfilado como adolescente de personalidad inmadura, parece estar resuelto a dar cumplimiento al oráculo de Apolo y matar al amante de su madre pero tiene sus reservas en lo que al matricidio se refiere. Su misión es la de ser la mano asesina que cumple los deseos de su hermana y, sobre todo, la de propiciar un suspense en el desarrollo de la acción mediante un extenso episodio en el que ocultará su identidad.
Clitemnestra es el contrapunto a Electra y se caracteriza por la doblez. La soberbia va a marcar cada una de sus intervenciones, incluso en las que no habla. Su mirada altiva y criminal se asemeja a la de su hija pero, frente a frente, en el agón final comprobamos que, mientras su hija expresa lo que hay en su corazón, ella es incapaz de reconocer sus faltas. A pesar de la amabilidad aparente de sus palabras y de su fingida ansia de reconciliación, sus ojos son el espejo de sus verdaderos sentimientos. Sus primeras palabras en la película anuncian su horrenda muerte a manos de sus propios hijos.
Hay también dos personajes secundarios que desempeñan un papel fundamental en el desarrollo de la acción dramática. El primero es el labrador de Micenas con quien han desposado a la fuerza a Electra. A pesar de la humillación que para ella supone este matrimonio, este hombre sencillo y trabajador va a proporcionarle paz en medio de sus angustias, llegando a respetar su virginidad. Se convierte así en el personaje más entrañable y probablemente el más feliz. En segundo lugar, encontramos al tutor de Orestes, un anciano que va a encargarse de revelar la verdadera identidad de Orestes en una emocionante escena de anagnórisis que nos recuerda, por el detalle de la cicatriz de la niñez, el reconocimiento de Ulises por parte de su anciana sirvienta Euriclea en la Odisea.
Menor relevancia presentan Egisto -casi siempre a la sombra de su amante Clitemnestra-, Pílades, fiel “alter ego” de Orestes, el mensajero o el propio Agamenón, personaje mudo.
La función relevante del coro en las tragedias griegas antiguas queda patente por sus constantes intervenciones, ya sean cantadas o recitadas. Su función es arropar y acompañar hasta el final a la protagonista. El director ha tratado con un gusto esquisito la puesta en escena (distribución y desplazamientos corales, enfoques de detalles y primeros planos resaltando las miradas).
El vestuario muestra con gran claridad la diferencia entre el campesinado y los notables de palacio. Electra y Orestes están separados también por este detalle. La escena de la boda de Electra juega con dos elementos: los cabellos largos y el vestido blanco propios de una novia de época micénica dan paso al pelo corto y túnica negra como muestras de duelo. Los adornos recargados, el ropaje y el maquillaje de Clitemnestra, contrastan especialmente en el agón final con los harapos de su hija. La pobreza se ve repetidamente como una maldición, aunque los valores humanos –dice Orestes- no se dan proporcionalmente a las riquezas, sino más bien al contrario.
Los escenarios naturales elegidos por Cacoyannis nos acercan a lo que podía ser una representación teatral al aire libre en la Grecia Antigua. No hay detalles preciosistas. Incluso el palacio, frío y sombrío, se nos muestra normalmente desde el exterior. Sólo veremos interiores en las escenas del asesinato de Agamenón (baño del palacio), de la acogida de Electra, del reconocimiento de Orestes y del asesinato de Clitemnestra (todo ello en la cabaña del labrador).
La banda sonora original, compuesta por el célebre Mikis Theodorakis, se inspira en la música griega antigua acentuando lo trágico de la trama. Sobre ella hay ruidos constantes, como el de los golpes de espada sobre el escudo de Agamenón producidos por Orestes niño. Este ruido resurgirá en adelante como presagio de los asesinatos de Egisto y Clitemnestra. Por otro lado, la música folklórica popular se nos presenta en dos intervenciones corales y en la festiva danza de enmascarados en honor de Dionisos.
En cuanto al guión de la película, obra del propio Cacoyannis, debemos decir que a la belleza de los diálogos de Eurípides se han sumado otros detalles que enriquecen la obra o que vienen exigidos por el propio lenguaje cinematográfico. Así, todo el comienzo del film, que no aparece en el texto original, se ha concebido a modo de prólogo para poner al espectador al corriente de los antecedentes del drama.
Las recurrencias de imágenes hacen que el principio y el fin de la película se enlacen dando unidad temática a la obra: así, la llegada en silencio de Agamenón al palacio y su muerte (alternando imágenes del asesinato con el vuelo de aves negras y con las convulsiones de Electra) anuncian el triste final de Clitemnestra (reapareciendo las aves y la desesperación exagerada de las campesinas) con un final silencioso en el que, sin despedirse, los matricidas se separan y se alejan sin rumbo fijo.
Todos los puntos que hemos comentado han surgido de la reflexión de un grupo de alumnos que trabajaron en el aula esta película. Dependiendo de los objetivos que nos marquemos nuestra actividad podrá enfocarse de muy diversas formas.
Hay también dos personajes secundarios que desempeñan un papel fundamental en el desarrollo de la acción dramática. El primero es el labrador de Micenas con quien han desposado a la fuerza a Electra. A pesar de la humillación que para ella supone este matrimonio, este hombre sencillo y trabajador va a proporcionarle paz en medio de sus angustias, llegando a respetar su virginidad. Se convierte así en el personaje más entrañable y probablemente el más feliz. En segundo lugar, encontramos al tutor de Orestes, un anciano que va a encargarse de revelar la verdadera identidad de Orestes en una emocionante escena de anagnórisis que nos recuerda, por el detalle de la cicatriz de la niñez, el reconocimiento de Ulises por parte de su anciana sirvienta Euriclea en la Odisea.
Menor relevancia presentan Egisto -casi siempre a la sombra de su amante Clitemnestra-, Pílades, fiel “alter ego” de Orestes, el mensajero o el propio Agamenón, personaje mudo.
La función relevante del coro en las tragedias griegas antiguas queda patente por sus constantes intervenciones, ya sean cantadas o recitadas. Su función es arropar y acompañar hasta el final a la protagonista. El director ha tratado con un gusto esquisito la puesta en escena (distribución y desplazamientos corales, enfoques de detalles y primeros planos resaltando las miradas).
El vestuario muestra con gran claridad la diferencia entre el campesinado y los notables de palacio. Electra y Orestes están separados también por este detalle. La escena de la boda de Electra juega con dos elementos: los cabellos largos y el vestido blanco propios de una novia de época micénica dan paso al pelo corto y túnica negra como muestras de duelo. Los adornos recargados, el ropaje y el maquillaje de Clitemnestra, contrastan especialmente en el agón final con los harapos de su hija. La pobreza se ve repetidamente como una maldición, aunque los valores humanos –dice Orestes- no se dan proporcionalmente a las riquezas, sino más bien al contrario.
Los escenarios naturales elegidos por Cacoyannis nos acercan a lo que podía ser una representación teatral al aire libre en la Grecia Antigua. No hay detalles preciosistas. Incluso el palacio, frío y sombrío, se nos muestra normalmente desde el exterior. Sólo veremos interiores en las escenas del asesinato de Agamenón (baño del palacio), de la acogida de Electra, del reconocimiento de Orestes y del asesinato de Clitemnestra (todo ello en la cabaña del labrador).
La banda sonora original, compuesta por el célebre Mikis Theodorakis, se inspira en la música griega antigua acentuando lo trágico de la trama. Sobre ella hay ruidos constantes, como el de los golpes de espada sobre el escudo de Agamenón producidos por Orestes niño. Este ruido resurgirá en adelante como presagio de los asesinatos de Egisto y Clitemnestra. Por otro lado, la música folklórica popular se nos presenta en dos intervenciones corales y en la festiva danza de enmascarados en honor de Dionisos.
En cuanto al guión de la película, obra del propio Cacoyannis, debemos decir que a la belleza de los diálogos de Eurípides se han sumado otros detalles que enriquecen la obra o que vienen exigidos por el propio lenguaje cinematográfico. Así, todo el comienzo del film, que no aparece en el texto original, se ha concebido a modo de prólogo para poner al espectador al corriente de los antecedentes del drama.
Las recurrencias de imágenes hacen que el principio y el fin de la película se enlacen dando unidad temática a la obra: así, la llegada en silencio de Agamenón al palacio y su muerte (alternando imágenes del asesinato con el vuelo de aves negras y con las convulsiones de Electra) anuncian el triste final de Clitemnestra (reapareciendo las aves y la desesperación exagerada de las campesinas) con un final silencioso en el que, sin despedirse, los matricidas se separan y se alejan sin rumbo fijo.
Todos los puntos que hemos comentado han surgido de la reflexión de un grupo de alumnos que trabajaron en el aula esta película. Dependiendo de los objetivos que nos marquemos nuestra actividad podrá enfocarse de muy diversas formas.
Hemos seleccionado la Electra de Cacoyannis por tratarse de una de las mejores adaptaciones con las que podemos contar. De hecho el mismo año de su estreno obtuvo el Premio del Jurado a la mejor transposición cinematográfica del Festival de Cannes, una nominación al Oscar a la mejor película de habla no inglesa y diversos reconocimientos en los Festivales de Tesalónica, Edimburgo o Acapulco, y en 1963 la Corona de Plata “David O. Selznick” del Festival Internacional de Cine de Berlín. Se cuenta que el profesor de Griego de Oxford Hugh Lloyd-Jones declaró: “Electra es sin duda la mejor película de un clásico que yo haya visto jamás. Cacoyannis tiene un toque de genialidad. Ha conservado el espíritu de la obra de Eurípides y lo ha traducido a términos cinematográficos. De hecho, puede que hasta lo haya superado”.
En fin, como el abanico de grandes obras es muy amplio, busque, compare y si encuentra una mejor úsela.
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